Cosa de una sola vez, o quizás no. Cuando de verdad se quiere a alguien hay que agotar hasta la última oportunidad antes de darse por vencido. Es posible que ella esté por él aunque no lo demuestre.
Érase una mañana del mes de diciembre, unos días antes del año nuevo, cuando navegando por las redes sociales vi su foto. Hacía años que no la veía y siempre me había llamado la atención.
Durante los años que practicaba deporte, ella siempre estaba sentada en una banca fuera de la superficie arcillosa de la cancha de tenis. En aquellos años, siempre tuve la curiosidad de conocerla, pero nunca se me dio la oportunidad. Me preguntaba si alguna vez se había dado cuenta de mi existencia o si tal vez había sentido una ligera atracción. Tal era la impresión que me causo años atrás que siempre tenía en mi pensamiento la imagen de su rostro. Era una mujer físicamente hermosa por donde se le viera. Era blanca con una tonalidad ligeramente pálida, no muy alta, delgada, pero, sobre todo, con una sonrisa que me generaba otra al verla. De su carácter no tenía idea alguna, he ahí la razón que despertó mi ferviente interés.
Ese día la conversación se inició con un saludo amistoso y una breve conversa acerca de las vacaciones. En mi caso yo estaba iniciándome en el campo laboral por lo que mi tiempo se encontraba encasillado en un lamentable horario. Aquel día me dije a mi mismo que tenía que conocerla y causarle una muy buena impresión para poder volver a salir. Continuando con la plática, le ofrecí salir a jugar con ella el deporte mediante el cual la había visto por primera vez años atrás. Entre dedos cruzados y cierto temor al rechazo, ¡acepto!
Quedamos para salir en la tarde y acerté al recogerla. Las horas que estuve deseando verla fueron angustiantes, debido a que no sabía que iba a decir en tantas horas. Muy aparte tenía que pensar que ella acababa de terminar una relación, por lo que tal vez por ahí podía llevar la conversación para saber más sobre ella. Llegado el momento, salí por ella.
Cuando llegué, eran las dieciséis horas con veinticinco minutos y habíamos pactado encontrarnos a las catorce horas con treinta. Desde un primer momento fui acertado y reflejé puntualidad. Me hizo esperar diez minutos aproximadamente. Pero cuando la vi salir del edificio en el que vivía, sentí que mis latidos se aceleraban, era muy hermosa.
En el auto, camino al club donde íbamos a jugar, mantuvimos una conversación espléndida en la que me dio a conocer muchos detalles generales de sus labores diarias y algunos intereses. Al llegar al club, para mi buena suerte no había canchas disponibles. Digo buena suerte porque quería pasar la mayor cantidad de tiempo posible junto a ella. Conversando salieron múltiples temas en los cuales la compatibilidad entre ambos era inminente. En ese momento me dije a mi mismo que buena elección muchacho.
Al momento de jugar, la superioridad en cuanto al conocimiento y la técnica en el juego era lógica. Entre punto y punto trate de que sintiera satisfacción cada vez que golpeaba a la pelota. En ese momento como hubiese deseado saltar el net y darle un beso. Luego de dos horas seguidas, el cansancio se hizo notar y opte por sentarme a descansar. En mi cabeza seguía pensando en cómo hacer que la salida dure más. Yo no quería dejar de verla y ella aparentaba sentirse cómoda.
Entre una intensa comparación de géneros musicales, salió el plan de ir a tomar unas cervezas y ella aceptó. En ese momento yo saqué a relucir un comportamiento sumamente caballeroso del cual yo mismo me sentí sorprendido. Esta mujer realmente me inspiraba a comportarme de esa manera. Entre tantas cervezas y conversaciones sobre anécdotas suyas y mías, me sentí perdido en su mirada. No supe que más decir, estando sentado frente a ella en una banca bajo la tenue luz que nos iluminaba en aquel momento. En ese momento, ella habló primero. Me pidió una opinión sobre ella.
Yo sabía lo que quería decir, pero no tuve el valor de hacerlo. Yo quería decir que era la mujer más hermosa con la que había salido en toda mi vida. Además de ser una persona tan, pero tan agradable y con la que compartía muchos gustos en común. Pero no lo hice, en lugar de decir lo que tenía que decir opte por decirle que era una chica simpática, a secas. Que terrible me sentí después de ello. Dentro de mí pensé que lo mejor era no exponer mis sentimientos.
Para esto ya eran las veintidós horas y me pareció correcto ofrecerle dejarla en su morada para descansar. Yo estaba bastante mareado, pero en ningún momento lo hice notar, seguí con un comportamiento extremadamente caballeroso, cosa que lamentablemente no causo una muy buena impresión. Yo pensé por un momento que eso no sería un problema.
Para terminar la noche, paseamos con su perrita por un parque aledaño al edificio en el que habitaba. Su perrita era una West Highland Terrier con un nombre bastante común en el mundo animado de Disney. El paseo fue breve y las palabras que intercambiamos también fueron pocas. Lo que recuerdo es que recibí un mordisco en la cara que no fue de gravedad, pero que quedó como anécdota. Finalizado el paseo, me despedí de ella con un beso en la mejilla y me quedé observando lentamente como se daba la vuelta y entraba por la puerta. En ese momento tuve la impresión que no volvería a verla en mucho tiempo. Hasta el momento en que me senté a escribir esta anécdota, ella es la mujer más hermosa con la que alguna vez he salido. Tal vez algún día tenga la oportunidad de verla de nuevo, aunque sé que ello no será ni en estos días ni en los años próximos.
Anónimo