Triste, muy triste esta historia, pero la vida a veces es así de injusta.
Son las 22:02, jueves por la noche, hace frio, mucho viento, y mi único compañero es la taza de té con leche a la izquierda de la pantalla de mi ordenador. Esta historia es acerca de Sheila, que el nombre, casi me paraliza siempre que lo digo. El nombre de Sheila es como una buena canción, puedo escucharlo una y mil veces y cada vez suena mejor. Sheila no es una hermosa niña estereotipada pero para mis ojos era de oro. Ojos marrones oscuros y la nariz más linda que había visto nunca. Acababa de cumplir 19 años cuando vi a Sheila por primera vez y me enamore perdidamente de ella. Fue en la fiesta del 21 cumpleaños de mi hermano cuando hablé con Sheila por primera vez. Ella estaba de pie fuera, sola, yo sabía que esa sería mi única oportunidad de hablar con ella. Los pocos pasos que tardé en llegar a la puerta se me hicieron una eternidad, pero llegué hasta donde estaba ella. «Bonita fiesta ¿eh?», Le dije tratando de parecer que estaba disfrutando de la noche, pero en realidad yo odiaba cada segundo de aquella fiesta, «Sí, es una fiesta entretenida», dijo con una risita nerviosa. Se me puso la piel de gallina por todo mi cuerpo nada más oír su dulce voz. Di un paso más cerca de ella, «Me encantan tus ojos … Y me encanta el resto de su cara … “¡Ella ni siquiera me miraba! Después le dije con una enorme sonrisa, «soy Javier». Tras una pequeña pausa me contestó. «Me alegro de conocerte Javier, nadie me ha dicho nunca nada parecido a mí», Cuando dijo esto, yo sabía que iba a ser el comienzo de algo espectacular. A las pocas horas ya estábamos hablando por teléfono. Las horas pasaron a meses y los meses se volvieron años. Todo se tornaba felicidad. Eran las 2:30 de la madrugada cuando me despertó, «Javier» dijo ella con un tono suave, «¿Tienes idea de qué hora es?», le pregunté «.
Javier, mi nariz está sangrando», exclamó con un tono bastante nervioso. «Cariño no te preocupes, estarás bien, esperaremos por la mañana y vamos a solucionar el problema entonces», le dije. Ojala nunca hubiese pronunciado aquellas palabras. Llegó la mañana y Sheila no estaba en la cama junto a mí, un rastro de sangre goteaba desde la cama hasta la puerta. Miré mi teléfono y había un mensaje de texto enviado a las 5: 04 de la madrugada, que decía: «Javier, no quería despertarte, me he ido al hospital a ver por qué mi nariz está sangrando, te quiero, ven cuando te despiertes » Corrí al hospital, y nada más llegar la enfermera me llevó a la habitación donde estaba Sheila. Cuando llegué vi que estaba llorando. «Javier», dijo, con las lágrimas cayendo por su rostro, «¿Mi amor, cuál es el problema?» Le pregunté agarrando su cara y secándole las lágrimas. «Javier, tengo cáncer» … Esas palabras me golpearon como un tiro en el corazón, mi mundo se derrumbó en ese mismo instante, mi vida no tenía sentido sin ella.
Estuvo varios meses seguidos de quimioterapia, pero los médicos no le daban mucha esperanza. Sheila falleció en un frío mes de Octubre, un frio día de Otoño. Sus últimas palabras resonarán en mi cabeza por toda la eternidad. «Los sueños se hacen realidad Javier. El mío se hizo realidad cuando te conocí, yo siempre te amaré te lo juro».